miércoles, 26 de marzo de 2014

La vida fallida.

Niños con sus disfraces verdes, unidos a la fiesta del tío Sam, caminan soberbios preparados para escupir la muerte sobre otros niños armados de sandalias y arapos a los que en otra vida podrían haber amado, que preguntan a sus madres de dónde vinieron las serpientes que entran por sus ventanas y atraviesan sus cerebros, silbando con sus cascabeles.

Los señores del mundo mueven sus piezas; a cada movimiento de la partida, una mole de carne se arrastra por las tierras dejando un reguero de piel y sangre sobre el que se edificarán torres para alcanzar cielos cada vez más lejanos.



Los líderes del espíritu prometen paraísos que millones persiguen a cambio de sus almas como una zanahoria que no logran y nunca lograrán alcanzar.
Anuncian la llegada de un Dios que están esperando hace millares de años, un Dios cuya palabra ha sido dicha con saliva de distintas lenguas, un Dios que nunca llega y que, ahora que lo hace, viene hacia nosotros, vestido de negro.

Cuando llegamos al mundo nos rociaron con el agua de la mentira, luego pusieron ante nosotros libros con renglones torcidos, escritos con tinta imposible de borrar, para que cada sueño, cada nueva idea , se perdiera como la gota en el océano.





Torrentes de aguas envenenadas bañan nuestros pies,  por el paraíso heredado corren ríos negros cargados de sueños ahogados por donde se desangra nuestra madre. Cada manzana que mordemos pudre nuestros dientes, el pulmón del hombre está negro y aún más negro está su espíritu.

Los corazones no sienten, los oídos no oyen, las conciencias están mudas, el perro come la carne que corresponde al tercer hombre, que ya no sueña con la dicha del gusano de la putrez.




La lengua bífida se moja con vinos viejos, mientras el niño y sus moscas se arrodillan ante el buitre, que hace sonar la campana; la mesa puesta, el dolor olvidado, el miedo perdido, la vida fallida.

La Tierra habla, mas nadie escucha y sigilosamente se acerca la hora escrita, la luz en el cielo, el mensajero mentiroso, las explosiones de la disgregación y al final, el río en su vertiente más oscura, donde la pobredumbre y la putrefacción lo cubren todo y apestan a muerte.









Y el superviviente, exhausto,  por fin puede volar y, asombrado por los juicios y las tribulaciones, talla su nombre en piedra para que todo sea aprendido,  nada sea olvidado.




Por Swan Dive.




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